Dia 15:
El ferry a Lofoten sale a las 10:30 de la mañana desde Bodø. Una hora más que prudencial si no llega a ser porque, ayer en la oficina de turismo, el pastas nos dijo:
- Tenéis que ir un par de horas antes para hacer fila, si no posiblemente no podréis ni embarcar.
Y, así, como si nos fuera la vida en ello, cargamos de nuevo todo en el coche y nos presentamos, como dos velitas, a las 8 de la mañana en el muelle.
Llueve, hace frío y ni siquiera el ferry va lleno.
El tiempo no acompaña, hoy hace bastante viento. En mar abierta hay movimiento.
Mientras que en la bodega los coches están en su fiesta-rave particular de alarmas, arriba el jolgorio va a empezar en breve.
Tres abuelas se sientan delante de mí sin prestar atención a que detrás suya también viaja gente. Una de ellas me habla en alemán:
- Sí, señora, sí – contesto en castellano. Ni idea de lo que me pregunta
Al fondo se escucha a un jovenzuelo dándolo todo. Mejor dicho, echándolo todo.
Una señora pasa aferrada a una bolsa de cartón.
Un alemán intenta hacerse el gracioso pidiendo el ticket a sus compañeros de viaje. Gracioso, solo un rato, y muy corto.
Y siempre hay un iluminado, siempre, que dice:
- ¡Pero qué bonito es viajar en ferry!
El recorrido dura apenas dos horas y media, de puro divertimento.
Las islas Lofoten empiezan a asomarse por los ventanales cuando recordamos la frase que tantas veces hemos leído y escuchado: “La entrada en ferry es espectacular. Inolvidable.”
Pues sí, debe serlo. Debe porque la lluvia y la bruma nos han impedido disfrutar de una panorámica única. Sin embargo, el desembarco parece rescatado de lo más profundo de mis recuerdos más fílmicos. Ante nosotros se yergue una montaña vertiginosamente salida del mar, que se pierde en un océano de nubes no demasiado altas, y que devuelve, de un único y fabuloso golpe, todas y cada una de las coronas, que has pagado por este mareante peaje, convertidas en valor inmaterial para tus memorias.

La vista es sobrecogedora, maravillosa.

Las islas Lofoten carecen de la afluencia de turistas que hemos visto por todo el país. Aunque eso será por breve tiempo. A lo lejos se ven los cruceros cada vez más cerca y, los autobuses, aunque no tan frecuentes, ya circulan cargados de turistas por los más recónditos lugares de esta costa.
La pesca todavía sigue siendo la fuente principal de ingresos de muchos habitantes. Los ejemplares capturados cuelgan de robustas estructuras de madera que rodean pueblos enteros. Pronto estarán secos. Huele a pescado.
Por la carretera E10 y RV815 van quedando pueblos minúsculos a los pies de tremendas montañas, al borde del océano. De vez en cuando surge alguna playa impredecible, de blanca y fina arena, aguas turquesas y, justo detrás, en lo alto, cumbres nevadas, impávidas ante el ajetreo que provocamos desde aquí abajo.

Delicioso. Saltar de isla en isla, de pedacito de roca a pedacito de roca. Sin duda el mejor paisaje de lo que llevamos de viaje.

Nuestra intención de hacer noche en las islas se pierde por el camino. Es demasiado pronto para acampar, el tiempo es insufrible y queda un largo camino hacia Tromsø. De momento nos conformamos con ir al supermercado local y buscar provisiones para el viaje, pero… ¡Dios mío! ¿Qué ven mis ojos? ¡Alabados sean los mares septentrionales que te sorprenden con tales regalos! ¡Estrella Galicia! Señores, hemos empezado la conquista de las tierras del norte.

Hace ya un par de días que atravesamos el Círculo Polar Ártico y, sin embargo, el sol de medianoche sigue sin poder verse. De momento hemos tenido unas noches de claridad absoluta, pero el sol se resistía a mantenerse en el cielo. Hoy damos un paso de gigante hacia el norte, 500 kilómetros. Hacia el sol de medianoche. Allí donde el sol no duerme.

Dejamos las islas Lofoten por la carretera E10 hasta Bjerkvik, donde enlazamos la E6 que se dirije directamente hacia Alta. Nosotros seguimos esa misma carretera hasta abrazar la E8 con dirección y destino Tromsø.
Por el camino dibujamos curvas entre montañas, cadenas montañosas que ni siquiera había intuido que estarían aquí, tan al norte. De repente un lago. La carretera se convierte en su perímetro de asfalto. Allá, a lo lejos, los picos se recortan en siluetas perfectas. Son las 00:30 de un nuevo día. Las nubes resplandecen. Y, como en un cuento, el sol aparece entre dos montañas, luminoso, perpetuo, mágico. Ahí lo tenemos, es el sol de medianoche.
Disfrutamos de su compañía hasta Tromsø. Lo tenemos justo delante. Es la una de la mañana y cualquiera diría que se trata de las seis o las siete de la tarde. Un pequeño milagro.
Tromsø es la ciudad más grande del norte de Noruega. “Tromsø es una fiesta”, hemos escuchado.
La ciudad nos recibe desierta y sin embargo, a cada paso, nos encontramos con señales que nos cuentan que la ciudad no está dormida, late en mitad de la noche. Aquí, un chico sale de su casa para coger la bici. Allí, una chica lleva gafas de sol para protegerse de esta luz. Los hay que bajan del funicular, y aquellos que llevan una lata de cerveza en la mano. Hoy la ciudad no descansa.
Conducimos entre las calles vacías. Cruzamos el bello puente curvado y, al volver la vista hacia atrás, descubrimos un completo arco iris sobre la Catedral Ártica.
Es la una y media de la mañana. Tromsø solo ha empezado a regalarnos recuerdos.
Día 16:
Gaviotas.
Ayer por noche estábamos buscando un sitio donde aparcar el coche y echar una cabezadita cuando encontramos un lugar con unas vistas magníficas: al pie del coche un jardín en el que dormitaban unos renos, un poco más allá las aguas del fiordo, y a lo lejos el aeropuerto con sus aviones yendo y viniendo.
A las cinco de la mañana. A las cinco de la mañana las gaviotas han comenzado a graznar junto al coche. Decir que lo hicieron de una forma escandalosamente desagradable sería quedarme corto, aunque quizá, objetivamente, fuera mucho más bello y armónico.
Sinceramente, lo dudo.
Hoy no hace frío. Como siempre, llueve por las mañanas. Pero hoy es especial, a las ocho y media deja de llover y aparece un azul intenso en el cielo despejado.
Los renos, que ayer estaban tumbados en el jardín, se encuentran ahora mismo cruzando la rotonda que hay a nuestras espaldas. Uno de ellos se queda parado en mitad de la calle ocasionando un auténtico sin sentido. El reno parado en un mascar sin piedad, los coches en fila, son noruegos, no utilizan el claxon a menos que sea un caso de extrema necesidad, y este no lo es. Cuando por fin se retira el reno los vehículos vuelven a deslizarse por el asfalto camino de otros sucesos que contar.
Ayer fue un día largo de carretera, y esta noche no ha sido en un hotel de mil estrellas, así que vamos a tomarnos este día con mucha calma. Mejor dicho, vamos a disfrutar de esta ciudad como dios manda.
Tromsø es una ciudad extraña en el norte. Extraña por su vida estudiantil, por su actividad cultural, su número de bares y cafeterías, y por su fábrica de cerveza Mack. Vamos, que algunos la llevan apodando desde hace tiempo la “París del Ártico”. Poco se parece a otras ciudades noruegas.
Hecho lo dicho y dicho lo hecho nos dirigimos al jardín botánico.
Plantitas varias y a la cafetería, a disfrutar de un desayuno como hace mucho que no veían mis ojos: chocolate caliente y un waffle al estilo noruego, esto es, con crema agria, mermelada y un tipo de queso marrón con un gusto ligeramente particular. Ante todo hay que cuidarse.
Y lo cierto es que no está mal descubrir que en estas latitudes sobreviven plantas traídas de China, del Nepal, de Rusia, y de algún otro país como la India. Bien vale una visita.
Igual que el Museo Ártico de la Universidad de Tromsø. Aquí dentro te puedes encontrar desde una máquina para crear tus propias y pequeñas auroras boreales (fascinante a la par que ¿y esto es todo?), hasta sismógrafos, huellas de dinosaurios, o la muy interesante exposición sobre la cultura de los samis. Aunque lo mejor, sin duda, es el café gratis.
Sinceramente, uno de los mejores cafés que recuerdo, y no solo por su sabor, sino por la atmósfera. Hace más de 20 años, unos profesores de la universidad junto con un grupo de samis construyeron un goathi, una casa tradicional sami de tierra. Y aquí, en verano, como parte del museo, se sirve café gratis recién hecho en una hoguera. Una casa goathi está formada por una estructura de maderas curvadas sobre las que descansan, alrededor y en forma circular, largos palos. Entonces, esta estructura de madera se cubre de tierra dejando una ventana en su parte superior. Y aquí, en una de estas viviendas, es dónde hemos tenido nuestra peculiar conversación con X. El ser que agitaba un palo incandescente, dejando regueros de humo en el aire, cual auras espirituales y mágicas.

Sinceramente, no recuerdo su nombre, pero la forma de hablar, casi susurrar, y ese café terriblemente proceloso, en el buen sentido, para mi sentido del gusto, contribuyen a crear una atmósfera perfecta de la que no quiero salir.
Nuestra selección de visitas termina en la Catedral Ártica. Una pequeña joya de nueva arquitectura que parece de cuento bajo la luz del sol de medianoche. Dentro hay que soportar a los turistas alemanes y, como ocurrió en mi caso, el ensayo del órgano de tubos para el concierto de la noche. Me hubiera encantado escuchar el Dark Side of the Moon de Pink Floyd en lugar de ese volumen metalero. Y me refiero al material de los tubos, no al heavy metal.

El caminar de la ciudad nos lleva irremediablemente hacia Verdensteatret. Y es que se está empezando a convertir en tradición acabar cada jornada en un buen bar, al menos se hace lo que se puede. Y esta vez resulta que el bar está situado en el cine más antiguo de Noruega, que está aquí arriba, en esta ciudad de cruce de culturas, como buen puerto de mar. Increíble la relación con Rusia, de la que ya hablaré otro día.
Esta noche dormiremos en casa de Eirin, una chica noruega que acaba de volver de viajar alrededor del mundo durante 6 meses y, sorpresa, habla un perfecto castellano con un acento entre chileno y canario. Su casa está junto al fiordo, desprende personalidad por los cuatro costados y su mamá nos ha preparado un montón de waffles para cenar. Por supuesto, al más puro estilo noruego. ¿Acaso estamos en otro lugar?


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