Día 11:
Segunda noche en casa de Eli.
A noche nos despedimos, quien sabrá si nos volveremos a cruzar algún día.
Hoy dejaremos atrás Ålesund. Dejaremos los días tranquilos para hacer carretera, mucha y bonita carretera: la Trollstigen primero, y la Atlanterhavsveien después. Dos de las rutas más conocidas de Noruega en el mismo día. Estamos que lo regalamos.
Ålesund queda a lo lejos cuando embocamos la entrada al fiordo de Geiranger. Algunos dicen que es el más bonito del país, otros dicen que los hay mejores, lo que sí está claro es que los cruceros llegan hasta el mismo pueblo de Geiranger, uno detrás de otro. En nuestros planes no entra visitar este fiordo de momento, ni sus pueblos ni sus turistas. Quizá más adelante, a la vuelta del norte. O quizá alguien me mande una postal desde allí, ya veremos.
Avanzamos por la 650 dejando el fiordo a nuestra derecha. Las carreteras se bambolean en cada curva adaptándose a la falda de la montaña. A duras penas caben dos coches al mismo tiempo. Los túneles se repiten uno tras otro, nuevo, viejo, nuevo, viejo y alguno hasta con rotondas en su interior. Incluso ponen luces para ambientar. Algunas veces da la sensación de estar dentro de una nave espacial. Estos noruegos, o son unos profesionales de los túneles o no encuentran otra cosa mejor con la que matar el tiempo libre en las largas noches de invierno. Y yo creo que es la segunda.
Bonita es la estampa de Geirangerfjord con un crucero surcando sus aguas. El fiordo hace al barco minúsculo. ¿Cómo se sentirán los pasajeros que van a bordo? Seguramente muchos de ellos quizá ni se enteren del espectáculo asombroso del que están siendo protagonistas.
Nuestro destino se desvía por la carretera 63. Primera parada, Stordal.
- ¿La iglesia rosa? – interrogo a mi compañera – Será una coña ¿no?
Pues no.
La iglesia rosa es una pequeña joya del siglo XVIII que debe su nombre a las impresionantes pinturas con la que está decorada. Al parecer dos artistas nómadas del sur del país la decoraron con escenas barrocas totalmente pasadas de moda. Y se quedaron tan anchos. Pero claro, en un valle aislado del mundo conocido y con granjeros ávidos de nuevas y vertiginosas sensaciones, acudir a la iglesia se convirtió en lo más cool. Como ir al bar de moda a escuchar un concierto del grupo de moda. Y hasta aquí las comparaciones.

La Trollstigen empieza un poco más adelante por la misma carretera, al sur de Åndalsnes. La ruta se hace hueco entre montañas, paredes verticales de roca, cascadas y caravanas alemanas. Poco a poco se va ganando altura. No hay curvas ni pendientes pronunciadas. Dos o tres paradas para contemplar el grandioso valle y, sin comerlo ni beberlo, estamos en lo alto del paso.

El recibimiento no puede ser más especial: un parking lleno de coches, y cinco autobuses cargados de turistas. Al final del valle, donde el río se sumerge en el fiordo, se puede ver un crucero. Ahora todo tiene más sentido. Al lado del parking hay un centro de visitantes de nueva arquitectura. Más allá, comienza el sendero hacia el famoso mirador, desde el que se contemplan las 11 curvas de una carretera que desciende hasta descansar a lo lejos, en el fiordo.

En el mirador.
Ante nosotros se extiende todo un valle. Dos cascadas nos custodian a ambos lados. Parte de la plataforma es transparente. El sonido del agua caer es atronador y maravillosos. El tiempo es perfecto, no llueve ni hace excesivo calor. La mente se va relajando, aislando de las decenas de personas que circulan alrededor. Contemplación. Hasta qué escucho:
- Perdona, ¿te puedes apartar? Es que quiero sacarme una foto yo sola en la plataforma – al tiempo que blande su Nokia último modelo con la mano derecha, mientras que la otra sujeta la barandilla firmemente en un intento de «por favor, que no se abra el suelo de repente y me caiga a los abismos».
Incredulidad. Suspiro. Pensamiento: «adelante, el Everest te está esperando».

Es gracioso contemplar a la gente aquí arriba. Me lo apunto.
Saco una foto a la cara de un indio. Me disculpo y sigo haciendo fotos. La pareja india, el paseador de perros, el profesional de la fotografía, el tipo haciéndose un sándwich al borde del acantilado, el hombre maravillado por un estanque artificial. Es todo tan ameno.
Nuestra ruta continúa hoy hacia Molde, Sylte y Bud hasta empezar la ruta Atlanterhavsveien. Los turistas y las caravanas parece que han desaparecido de la carretera. Ahora viajamos prácticamente solos. Esta ruta, considerada por The Guardian como «el mejor viaje por carretera del mundo», discurre pegada a la costa entre islotes rocosos durante 8 kilómetros. Corta pero lo suficientemente intensa como para pararse a disfrutar de una costa tranquila, en un atardecer tranquilo.

Compramos las patatas fritas más baratas en el supermercado y nos sentamos a disfrutar del silencio. Nuestro pequeño capricho del día.

Hoy volveremos a dormir bajo techo. Dormiremos en casa de Erlend, a una hora de Kristiandsund.
Son las 10 de la noche. Nuestro anfitrión ha tenido un accidente de coche. Todavía hay luz. Aprovecho para escribir unas postales dentro del coche. Nos envía un mensaje: «Llego en cinco minutos, seguidme en vuestro coche». Aparece y le seguimos entre bosques hasta un grupito de casas aisladas junto a un lago. Al bajar del coche me sorprende una mujer:
- ¿Y tú de donde eres? – me pregunta en castellano.
- De Galicia – contesto.
- Pero bueno, ¿y no tienes morriña?
Luisa ha hecho su aparición.
Día 12:
Si no me fallan los cálculos hoy es el primer día que hemos dormido en una cama de verdad, un poquito pequeña, pero cama al fin y al cabo.
Me despierto a las 7, voy a llevar a Erlend al trabajo. Ayer le destrozaron el coche en un alcance y ahora tiene que pedir a la gente que le lleven a todos lados. Es un placer. No es lejos, 15 minutos. A la vuelta ya no tengo sueño. La puerta de la casa está abierta, es Noruega. Voy al salón y me siento frente a la ventana a disfrutar de algo maravilloso: ver el día despertarse frente a un lago rodeado de bosque.

Luisa aparece más tarde:
- ¡Buenos días! ¿Habéis hecho café? Menudo espectáculo de vistas, ¿no?. Vaya casa tiene Erlend. Le envío una foto a mi hija y me doy una ducha, ¿ok?
- Yo te hago el café, Luisa – le digo.
Luisa es un terremoto. Su energía contagia hasta el último rincón de la casa. Una catalana viajando sola por Noruega, de aquí para allá, a cualquier sitio que la reciban ella va. Espectacular.
- ¡Albert! ¡Albert! ¡Ven! ¡Rápido! ¿Que es eso que hay en la silla? ¡No te acerques mucho a ver si te va a morder!
Miro la silla. La miro a ella. Vuelvo a mirar la silla. Sigo mirando a la silla.
- Luisa, ¿y tus gafas?- pregunto con la mirada fija en la silla- Es una serpiente de plástico.
Risas.
Es una pena no poder disfrutar más tiempo con Erlend y Luisa.
Hoy será un día largo. Iremos desde Kristiandsund a Trondheim, la antigua capital Noruega en el norte, por la carretera E39. La ruta es sencilla, conducir unas tres horas y llegar a nuestro destino. En el trayecto atravesamos un ferry, pequeños pueblos, paisajes verdes y algún que otro tramo de costa.
Trondheim es otra sorpresa en el camino. Es la tercera ciudad del país, ambiente universitario, e interesante a nivel histórico. Fue un tal Olav, rey vikingo, quien echó amarras en esta parte del país en el siglo X para fundar su granja. Y su granja se convirtió en capital.

A las horas que llegamos a la ciudad ya está todo cerrado, incluso los bares. Aparcamos el coche y damos una vuelta por la ciudad. Todo parece indicar que mañana podremos pasar unas horas entretenidas visitando Trondheim.

Es prácticamente hora de dormir. Los días ya son eternos. Pronto estaremos en el territorio del sol de medianoche. Aquí, en Trondheim ya hay luz casi todo el día. Benditos antifaces para dormir.
Nuestras opciones son tres: acampada libre, camping o albergue. Hemos leído que hay un albergue bastante animado en la ciudad, con buen bar y un fantasma que recorrer los pasillos de vez en cuando. Tentación muy, muy grande. Y, sin embargo, optamos por el camping.
Son las 22:30 de la noche cuando llamamos por teléfono y preguntamos:
- ¿Está la recepción del camping abierta? Queríamos ir esta noche y no sabemos si es muy tarde ya.
- Si, bueno, ahora no hay nadie en la recepción pero vosotros acampad allí y mañana podéis pasaros por la oficina a pagar.
Dicho y hecho. Vamos al camping, plantamos la tienda y escuchamos a unos polacos lavar los platos durante cinco minutos. El resto es dormir placenteramente.

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