Dia 5:
De verdad, este sofá me encanta.
Mis ojeras han desaparecido, el coche me ha perdonado y hace un día radiante. Dios, ¡qué más podría pedir para empezar esta mañana! Pues nada, si hay que pedir, pedimos:
- ¡Eh, mozo! ¡Póngame unos buenos sándwich de queso y salami!
Que va, no os penséis, como para ir a desayunar por ahí. Si ya el menú del McDonals está a 12 euros, imaginaros darse un pequeño homenaje mañanero. Lo cierto es que nos es más que suficiente un desayuno a base de panes blandurrios, queso naranja (prometo foto), unas lonchas de salami, y el toque vegetal por obra y gracia del pimiento rojo aparecido en el maletero. El resultado es espectacular. Delicioso.
Nota mental: Ferrán Adriá debe estar revolviéndose de dolor solo de imaginarlo.
Madre mía, nos hemos vuelto a dejar los tres tomates en el coche. A estas alturas deben estar pudriéndose (totalmente confirmado a última hora de la tarde).
Y ya que hoy tenemos cocina aprovecharemos para hacer lo que será nuestra comida. Ojo al menú.
Sus señores degustarán unos rizos de sémola sobre alfombra vegetal y manta de crema de tomate
Vamos, unos macarrones con tomate de toda la puñetera vida. El kit de supervivencia básico de todo universitario aplicado al mundo viajero. Que grandes momentos nos ha dado la pasta y el arroz, habría que estarles agradecidos eternamente. Yo, al menos, lo estoy. ¡Vivan las guarrindongadas!
Hora de abandonar la que ha sido nuestra morada durante dos días. Como nos cuidaron nuestros amigos eslovacos, si es que daba gusto llegar a casa y tomarse una San Miguel con ellos. ¡Que sí, que estos locos se compran San Miguel! Y lo mejor llega cuando dicen:
- ¡Es nuestra cerveza preferida!
Cara de incredulidad, o será de: Estáis como chotas.
Hoy toca jornada tranquilita, jornada dominguera. Visitaremos Stavanger. Ciudad costera, la quinta del país si no me fallan los cálculos. Famosa por su impresionante centro histórico de casas de madera, su catedral, su vida y… ¿su museo de latas de conserva? A frikismo no nos gana nadie. Por mayoría absoluta, como Rajoy. De cabeza al museo nacional noruego de las latas de conserva. Sin coñas, museo nacional.

La entrada cuesta 70 coronas e incluye la entrada gratuita a otros dos museos de la ciudad en el mismo día: el Museo Marítimo y el Museo de la Imprenta. Esto es el paraíso de cualquier cultureta.
Y resulta que el museo de las conservas no está tan mal. Cuanto menos resulta divulgativo, interesante, ameno, educativo… y ya. Creo que la recepcionista es becaria.
En la puerta de acceso a las salas de exposición hay un cartel informativo: “Para visitar el museo, por favor, adquieran las entradas en el mostrador” Así, en castellano. Sobran las palabras. Lo mejor, que determinados días de la semana ahúman unas sardinas y te vas comido a casa. Lástima que hoy no sea el día, hubiera aportado vitaminas y omegas a mi dieta viajera.
El museo está en Gamle Stavanger, un barrio muy, muy bonito. Una absoluta delicia. Visita recomendada. Si alguna vez tenéis la oportunidad, daros una vuelta por ahí.

Y ya que tenemos tiempo de sobra nos vamos al Museo Marítimo. De verdad, un museo muy bueno para relajarse, 10 minutos de reloj a lo sumo.
Stavanger visto. Nos vamos a las islas que hay un poco más al norte en busca de un sitio tranquilo para abrir nuestro tupper de pasta y salsa de tomate. Y lo encontramos, vaya si lo encontramos.
Después de atravesar dos túneles que cruzan el fiordo, de 5 y 4 km cada uno, damos a la primera con una mesa justo al lado del agua, un arbolito, un banquito y dos cisnes nadando junto a la orilla. Todo muy bucólico. Comida y siesta campestre. Día redondo.

Día redondo hasta que nos encontramos con un atasco en uno de los túneles a 200 metros de profundidad. Una hora y media. De risa. Los perros sacados a pasear, los niños jugando a la pelota, otros con el iPad, y los impacientes dando la vuelta para encontrarse el atasco en el carril contrario. Un sinsentido en las profundidades.
Y así volvemos a Stavanger. Hoy nos quedaremos con otro couchsurfer, un chaval eslovaco que ha venido para trabajar en verano. Con él planeamos la escapada de mañana al Preikestolen, el famoso Púlpito noruego.
Dia 6:
Hoy toca subir al Preikestolen y, lo más importante, queremos evitar esa marabunta de gente subiendo en tropel como si regalaran churros.
Si ese es nuestro objetivo sólo nos queda una opción: coger el primer ferry de Lauvik a Oanes, a las 07:45. A esa hora llegamos, clavados. Llegar y embarcar. El billete se compra a bordo, 119 coronas, 10 minutos de trayecto. Primera clavada del día.

Desde el ferry hasta el parking del Preikestolen no hay ni 15 km y, al llegar, comprobamos con agrado que casi no hay coches. Premio, primer objetivo cumplido: aparcar no muy lejos del inicio de la ruta y evitar a toda esa gente que no es de madrugar (increíble que diga yo esto). Coste del parking: 100 coronas. Segunda clavada del día.
Desde el aparcamiento hasta lo alto del Preikestolen son 3,8 km. El cartelito que hay justo al inicio del sendero habla de 2 horas de caminata, con algunos tramos exigentes y una poza que sirve de piscina a mitad de recorrido. Lo cierto es que no es muy complicado y, haciéndolo a buen ritmo, me ha llevado una hora y diez minutos. La recompensa al madrugón y la caminata a buen ritmo está en la cima.

Cuando he llegado, no éramos más de 12 personas. Y así, siendo poquitos, se puede contemplar un buen espectáculo desde lo alto de esta enorme piedra: un fiordo de aguas turquesas y un precipicio de más de 600 metros. Todavía me da tiempo a disfrutar casi una hora de un Preikestolen prácticamente sin gente.

Y poco a poco van llegando.
Allí, sentado tranquilamente, disfruto observando a la gente: a los suicidas, a los locos que se sientan al borde de la muerte por una maldita foto, a los que están a punto de caerse por culpa de unas sandalias, a los simpáticos japoneses, a la señora del iPad, al que ha subido con náuticos, a las chicas góticas vestidas de negro, a los dos de chandal a juego.

Con esa imagen en la cabeza inicio el descenso. Son ya las 10:30 de la mañana, y lo que me cruzo de vuelta son riadas de gente. Cientos. Miles, subiendo en un peregrinar perpetuo.
Me los cruzo y escucho todos los idiomas y acentos posibles. En mente ya tengo la palabra perfecta que define el Preikestolen: FAUNA.
Así que, queridos, para evitar toda esa gente os recomendaría subir bien prontito. Y para eso tenéis 4 opciones: dormir en el albergue que está en el mismo aparcamiento, quedarse en el camping que hay a 4 kilómetros de llegar, hacer como nosotros y coger el primer ferry de la mañana, o, la más romántica de todas, quedarse de acampada libre en lo alto del Púlpito y ver el atardecer y el amanecer a solas con la gran piedra. Esta última opción me la apunto para la próxima vez.
Ya en el parking aparece una pregunta, ¿qué más se puede hacer para completar un día que ha empezado subiendo al Preikestolen? Sencillo, relajarse, comerse un helado, seguir por la carretera 13 hasta que atardezca, y sentarse en el pequeño muelle de un pequeño pueblo a pensar que mañana intentaremos llegar a Bergen.



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