Día 3:
Me despierto a eso de las 4 de la mañana dentro del coche. Hace un frío del demonio y el sol ya ha hecho acto de presencia. Menos mal que uno viene preparado, así que cojo la manta, el antifaz para dormir y me echo otra cabezadita hasta las 7:30. Es hora de comenzar otro día. Hemos dormido en la carretera 42. Buen comienzo.
Hoy queremos hacer la famosa carretera 44 y, para comenzarla, nos dirigimos a Flekkefjord, una ciudad costera.
- Ciudad costera –me repito- Seguro que es igual que todas las demás ciudades costeras que hemos visto.
Que buenos son los prejuicios cuando hacen que aquello que descubres se convierte en una pequeña joya que quedará en tu cuaderno de notas subrayada una y otra vez. Pues sí, grata sorpresa. Un lugar tranquilo, con un barrio de casas blancas de madera, una iglesia octogonal, y unas duchas y servicio de lavandería gentileza de la oficina de turismo. Un buen lugar para quedarse un par de horitas, pagar a gusto 20 coronas de parking, y buscar un pequeño bar donde tomar un café.


Y damos con un sitio perfecto, pequeño, buena decoración, barato y con wifi. Para mí un “doble express coffee”. Tusen takk.
Las sospechas comienzan cuando leo en la pared una frase del Evangelio de San Marcos. “Vaya, qué tíos más cultos”, pienso. Y es a la hora de pedir la contraseña del wifi cuando mis sospechas se confirman. La contraseña reza así: Gudergladideg2012. Que viene a ser: Diosestácontentohoy2012. Levanto la cabeza. Observo el ambiente. Es el bar de la iglesia del pueblo. Y la pregunta que vuela en el aire es: ¿Esto cuenta como ir a misa? Ahí lo dejo.

La carretera 44 comienza a nivel del mar con grandes bosques a nuestros costados y pronto va cogiendo altura para atravesar peñascos maravillosos, curvas de infarto, fiordos de vértigo, casas metidas en las rocas, historias de nazis y mineros, y vuelve a bajar para hacer el último tramo bordeando la costa hasta llegar a Egersund.


Y de Egersund nos acercamos al faro de Eigerøy, situado en una pequeña isla rodeado de rocas.
La noche se nos echa encima. Hoy se acabaron las tonterías. Llegaremos a casa de unos amigos en Sandnes, nos daremos una ducha, cenaremos manjares y podremos dormir como señores, como señores en un sofá, entiéndase. Y ese era el plan hasta que tuve el percance con el coche. Digamos que me he cargado algo. Dejémoslo ahí. Y así, llamando al seguro, recibiendo llamadas del servicio de asistencia noruego y esperando a la grúa, fue como el día se apagó, poco a poco.

Y así estaba, con las mochilas en el suelo y mi cartera temblando, cuando pensé:
- ¡Guay! Mi primer objetivo cumplido: Quedarme tirado con el coche en mitad de la nada.
Dia 4:
Pues la verdad es que he dormido de maravilla en este sofá-cama. Será que ya llevaba un par de días durmiendo fatal y cualquier sitio me sabe a gloria. Pero no, este sofá es grandioso, y ya solo de pensar que esta noche volveré a dormir en él me entra un descanso…
Y en esos pensamientos estaba cuando escucho una voz diciendo: “Habrá que llamar al taller ¿no?”. Es verdad, el día empieza triste. En Noruega, sin coche y con todo un viaje por delante. Y para qué llamar, vamos directamente y vemos que desgracia le he provocado.
Después de varios años oyendo cómo debería ser la atención al cliente en un servicio oficial y, nada más entrar, me atiende un tipo con tatuajes, pendientes y el peinado hortera de moda en los países escandinavos. Pero señores, me atiende en un perfecto inglés y hace lo imposible por ayudarnos. Un 10. Nos tomamos un café en la recepción y a la media hora me encuentro debajo del Toyota observando qué he roto.

Conclusión, me he cargado una barra de refuerzo en la parte inferior. De momento lo apañamos con unos martillazos, unas arandelas y un consejo: “Cuando acabes el viaje deberías cambiarlo”. Una hora de mano de obra, arandelas, rellenar el aceite de motor y consejo: 0 euros. Qué majetes estos noruegos. A continuar el viaje.
Y así, con medio día por delante decidimos hacer un recorrido cortito. Coger la carretera 45 que bordea el fiordo y llegar hasta Månafossen, la primera cascada que veremos durante el viaje. La carretera llega hasta el parking de acceso a la cascada y, de ahí al punto de observación, es una media hora de subida prácticamente vertical.

En el parking se repite lo que ya he visto usar en Dinamarca, una caja de la confianza. Es decir, el parking cuesta 20 coronas y no hay nadie que lo controle; aún así, confían en que la gente rellene un ticket y meta las 20 coronas de rigor en una cajita. Esta cultura se basa en la confianza que existe entre las personas, así que, allá donde fueres haz lo que vieres. Recibo en el salpicadero y 20 coronas a la hucha.
La subida a la cascada no es muy compleja, pero sí terminas con las piernas temblorosas. Y eso y un precipicio no es una buena combinación. Esto último estuvo a punto de comprobarlo una señora alemana que si no llega a agarrarse al marido la vemos volar cual grácil ave germana. Que será lo que tienen los alemanes que están en todos los fregados. Seguro que veré alguna que otra historia más con los mismos protagonistas.
Una curiosidad, de camino a Stavanger he visto un pueblo con un nombre curioso. ¿Será el reducto nórdico de la Esperanza Aguirre?

Hoy es día de volver a casa prontito, dormir y coger fuerzas para otro nuevo día.
A propósito, no veo que dejéis comentarios. De verdad, no me creo que estéis trabajando todos a la vez.

Replica a Concha Barbero Cancelar la respuesta