Es la una de la mañana cuando la alarma de incendios del albergue decide saltar. En un principio pensé que era el despertador. ¡Joder, ¡qué noche más corta!, pienso. Cuando empiezo a ser consciente de lo que pasa veo a Marta que ya está en el pasillo. El ruido es estrepitoso, sin duda nada raro pues la alarma está a menos de dos metros de nuestra puerta. Aunque lo más increíble de todo es que los españoles de la puerta de al lado siguen durmiendo. Poco a poco la gente comienza a salir sonámbula de sus habitaciones, unos en pijama, otros en albornoz, alguno que acaba de llegar de tomarse unas cuantas cervezas, y todos, tratando de entender el cuadro de alarmas que se encuentra en una recepción vacía. Y así pasan los minutos hasta que llega la misma chica de ayer, la voluntaria EVS, apaga la alarma y suelta con voz decidida: “OK, voy a revisar las habitaciones de la primera planta”. Lo más probable es que algún inconsciente estuviese fumando en su habitación sin prestar atención a la lucecita roja encendida en el techo, y que, por regla general, suele tratarse de un detector de humos.
Por la mañana todo parece que ha sido un mal y largo sueño. Aunque si hablamos de pesadillas la decoración de este sitio se lleva la palma. Insisto, trae incómodas ideas a nuestra mente. Los cuadros de los pasillos son desconcertantes, recomiendo una visita para aquellos interesados. En la cocina las mesas y las sillas parecen salidas de cualquier club de barra americana. Puede que hayan comprado los muebles en una tienda de segunda mano, sin reparar en gustos estéticos, o lo que puede ser peor, a cualquier capo de cualquier mafia de cualquier país del este europeo. Sea como sea, la mezcla de estilos, de épocas y culturas resulta una descarga criminal para los ojos de los huéspedes.
Emprendemos el viaje hacia el Golden Circle, que se encuentra cerca de este lugar, apenas a una hora y poco de camino. El denominado Golden Circle es un invento moderno para delimitar un área en el que se pueden encontrar algunas de las más importantes, y por ende más turísticas, localizaciones de Islandia. En un radio de cien kilómetros encontramos Gullfoss, Geysir y el parque nacional de Thingvellir, entre otros muchos lugares. Facilitando, así, el acceso a miles y miles de personas que se desplazan diariamente desde Reykjavik para contemplar alguna que otra maravilla de la naturaleza. Al llegar al cruce de nuestra carretera con la 35 nos entran las dudas: ¿no es esta la carretera que no podemos coger? De hecho, cuando se alquila un vehículo como el nuestro, se especifican claramente aquellas carreteras por las que no se debe circular, y la 35 es una de ellas. Por suerte, este pequeño tramo asfaltado sí entra dentro de nuestra carta de circulación, la 35 queda a pocos metros de aquí.
Gullfoss es la catarata más turística del país, también por ser la más cercana a la capital. Llueve un poco. Al llegar nos encontramos con un par de parkings con coches y autobuses de todos los colores y dimensiones. Creo que nunca entenderé esos vehículos con superlativos neumáticos que abundan en estas carreteras.
Ya desde el parking se puede apreciar la nube de agua en suspensión que sale de la catarata. Se nota que Gullfoss está en la lista de todos los turistas que llegan a Islandia, ¡si hasta hay una tienda de ropa aquí, en mitad de la nada!. También hay un bar y una tienda de recuerdos, ambos llenos de gente. La pasarela de madera que conduce a la catarata es un desfile de todo tipo de personas, desde los asiáticos con sus chándales multicolores, a los ejecutivos en zapatos y señoritas en tacones. Lo cierto es que la catarata nos deja un poco fríos; teniendo en cuenta todo lo que hemos visto hasta ahora, esta catarata es una más, incluso diría que, si uno dispone de coche y tiempo, posiblemente es prescindible. Un par de asiáticos nos gruñen para que nos apartemos de su foto. Quince minutos después nos montamos en el coche para continuar nuestro recorrido.
A unos 15 km de distancia se encuentra Geysir, la fuente termal de cuyo nombre deriva la palabra para definir a todos sus semejantes: géiser. El original Geysir no funciona desde hace unos cuantos años, desde que los turistas se dedicaban a tirarle piedras y monedas, que acabaron por obstruir la salida del chorro de agua. Una columna de agua que alcanzaba los 70 metros de altura. Por suerte para los visitantes hay otro géiser a unos pocos metros, que lanza chorros de agua a una altura entre los 20 y los 30 metros, y a una temperatura de cien grados Celsius cada pocos minutos. En los momentos de calma, la boca del géiser se encuentra anegada de agua. De vez en cuando surgen pequeñas burbujas desde su interior y una ligera agitación despierta su calma. Pero es justo en el momento en el que va a reventar la columna de agua cuando el la visión se vuelve mágica. Entonces se forma una burbuja azul magnifica, de brillos intensos, como un ojo de cristal turquesa que lo ve todo, y el estallido de agua nos deja petrificados ante tan espléndido espectáculo.
Necesitamos un bar donde tomar un buen y largo café, miramos la guía y encontramos uno: el Café Mika. En su entrada hay una estantería para intercambiar libros. Echo un vistazo para comprobar si el libro que he cogido en el albergue anterior puede tener un digno sustituto, pero no, seguiré con A Murder of Quality, de John le Carré. Para mí un capuchino.
Nuestro albergue esta tarde está en Árnes, es el Arnes Hi Hostel, un sitio sin mucho interés según hemos podido leer y, sin embargo, probamos suerte. Al llegar nos dirigimos a la recepción, o al menos lo que creemos que es la recepción. Es una habitación desordenada, vacía y con un intenso olor a tabaco. En el ordenador está abierto el Facebook. Los mosquitos se amontonan muertos cerca de la ventana. De las paredes cuelgan posters desgastados por el paso del tiempo y, afuera, en el césped, hay una verdadera guerra de mierdas de perro. Aquí esperamos unos minutos hasta que llega una pareja mayor alemana. Cansados de esperar sin recibir respuesta llamamos a la puerta del vecino, pero no hay nadie. Llevamos media hora ya. La pareja alemana, totalmente impacientes, aporrean una puerta al fondo de la habitación. Unos minutos después aparece una señora con cara de dormida, con los pelos enmarañados y pregunta, al tiempo que se estira desperezándose, «What do you want?». Parece borracha. Estamos alucinando. Educadamente le decimos que preferimos no quedarnos ahí esa noche por las condiciones en las que parece estar pero parece que a la tipa le da absolutamente igual. La pareja alemana nos miran incrédula. Le pedimos que nos devuelva el dinero de la reserva y dice que no. Días más tarde la organización Hi Hostel Iceland nos pediría disculpas por ese incidente, y nos devolvería la diferencia del coste entre ese albergue y el que finalmente reservamos en Reykjavík. Por que sí, ese mismo día nos fuimos definitivamente a Reykjavík. El hostel en la capital es completamente nuevo, céntrico, y con un ático desde el que contemplar las bellas noches del verano islandés.

Nuestro primer contacto con Reykjavík es una delicia. Sus calles, sus edificios de madera, el ambiente que se respira, es una ciudad perfecta para callejear. Poco a poco recorremos el centro hasta un pequeño patio interior lleno de pintadas. Estamos solos cuando observamos un pequeño humo saliendo del edificio contiguo. Acto seguido aparece un tipo en bicicleta medio enyoncao que nos dice «algo se está quemando» Intentamos llamar a los bomberos pero rápidamente aparecen dos chicas policías que se pone manos a la obra, acordonan el lugar y esperan tranquilamente la llegada de los bomberos. Al poco se acerca un chaval que nos informa:
– Este es un buen sitio si queréis buena mierda.
También aquí, al centro de esta magnética ciudad que es Reykjavík, parece que llega el infierno.








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