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Viajes & Letras


Una vuelta por Mývatn

Todos nuestros compañeros de habitación se van hoy.

El turco es un inquieto, anoche se indignó porque no había ningún pub abierto para salir de fiesta; así que ahí estaba él, con sus mejores galas y ningún lugar al que acudir. Hablando con Matt descubren que hoy se marchan en el mismo vuelo hacia Isafjördur e, incluso, que se quedarán en el mismo albergue. El turco se emociona, incluso le quiere enseñar las fotos de su viaje esta noche. La cara del inglés lo dice todo.

Como viene siendo habitual, bajamos a desayunar tranquilamente, disfrutando de estos momentos que nos hacen encarar con ánimo renovado cada mañana. Hace buen día, diría que hasta hace calor, incluso he bajado en camiseta a la calle. A pesar de ser pronto por la mañana, la librería-cafetería que hace esquina ya tiene todas sus mesas ocupadas de gente conectada a Internet.

Hoy haremos una excursión por la zona del lago de Mývatn, quizá una de las zonas más bonitas del país.

La carretera 1 sigue hacia el este hasta nuestra primera parada del día, la catarata de Gođafoss, literalmente “La catarata de los dioses”. Hasta ahora esta es la catarata más grande que hayamos visto, quizá no tanto en altura, pero sí en dimensiones, resulta sobrecogedora. Hace viento, frío, el estruendo del agua caer semejan cientos de truenos conectando con la tierra. Gođafoss juega un papel fundamental en la historia de Islandia. La leyenda cuenta que alrededor del año 1000 de nuestra era, la asamblea nacional de la isla pidió a Þorgeir, el hombre de ley de la región, que decidiera acerca de la cristianización del país. Y así se recoge el momento en el que este buen hombre, de camino a su casa, decidió tirar a los pies de esta catarata las estatuillas de los dioses nórdicos, y convertir este país en uno más del mundo cristiano.

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En estos pensamientos estaba cuando aparece un grupo de italianos perfectamente vestidos, esa forma tan particular italiana, como en un salir de fiesta perpetuo, saltando de roca en roca y evitando todos los charcos con sus calzados de última moda.

Dejamos atrás los momentos de risa contenida para dirigirnos hacia Mývatn. La carretera atraviesa un campo de lava. A ambos lados se observan bloques de magma congelados en el tiempo, agrietados, que emergen como si fueran choques de fallas continentales creando montañas en miniatura. Alcanzado el lago lo bordeamos para dirigirnos hacia Reykjahliđ, el pequeño pueblo que sirve como base de operaciones para todas las excursiones por los alrededores. La gasolinera es un ir y venir de gente, un pequeño caos internacional en el que el simple hecho de llenar el depósito del coche se puede convertir en fuente de anécdotas, como aquella del japonés que sin quererlo entró en el baño de señoras.

Al poco de abandonar la gasolinera aparece el primer indicador: Grjótagjá; una fisura en la tierra por la que sale agua a 45 grados. El sendero viene y se va, se bifurca, desaparece, se cruza, como queriendo que te pierdas en él, el laberinto sin barreras, sin gracia; y, sin saber el cómo ni el porqué, unos viejos tipos yugoslavos aparecen en la conversación, Kukov, Petrovic y Divac, se hacen fuertes en nuestras risas mientras renunciamos definitivamente a encontrar la famosa Grjótagjá.

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Esta parte de la isla es la más concurrida, eso se nota en el número de coches que circulan por estas carreteras, y me refiero tanto a coches de los normales como a aquellos más cercanos a la definición de payasada que a la de vehículo a motor. Más adelante, a unos pocos kilómetros al este, se encuentra Bjarnarflag, una laguna de color azul y olor a huevos podridos, con su lado perverso, por cuanto que puedes cocerte, literalmente, si tu intención es darte un baño. Definitivamente la tierra en los alrededores del lago Mývatn parece activa.

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La carretera da la vuelta al lago descubriendo perfectos lugares en los que parar, sacar alguna foto, meditar acerca de la belleza de este país, o hablar sobre que en el McDonald’s de Barcelona prohíben hablar en catalán, y si será o no leyenda urbana. Y en eso estábamos, en Hverfell, un cráter volcánico de 460 metros de altura, cuando una pareja se gira para dedicarnos una de esas miradas aterradoras y que a mí, por poner un ejemplo, tanto me tienen sin cuidado. Desde aquí arriba el lago Mývatn parece más extenso, más bello, con un mejor telón de fondo creado por decenas de cráteres de otros tantos volcanes que dejaron de escupir en rojo hace mucho tiempo.

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La vuelta al ambiente urbanita de Akureyri es más agradable cuando se hace parada en Brynja, la heladería más popular de la ciudad, famosa por sus helados de leche, esos que se parecen poco a los del sur: base helada y sirope en la cumbre. El mío es de fresa con sirope de fresa, el riesgo es poco.

De vuelta al albergue conocemos a nuestros nuevos compañeros de habitación, un italiano de Roma al que la compañía aérea le ha perdido el equipaje y que lleva 4 días en el país prácticamente sin nada, y dos japoneses que sorben la sopa de fideos como si no hubiera un destino más agradable al que dedicar sus musicales dotes.

Las cervezas de bienvenida han quedado pendientes desde ayer, y hoy es un buen día para dar cuenta de ellas.

Más fotos en la galería y en Flickr

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