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Viajes & Letras


Akureyri, Eric Clapton y pulpo a la gallega

Son las nueve y pocos minutos cuando me despierta el ruido que están armando los chavales ingleses. Incluso su madre se ha puesto a cantar en el pasillo; de verdad, en qué cabeza cabe. A parte de eso debo decir que hace frío en la habitación, o quizá sea mi saco de dormir una vez más.

Volvemos a ser los últimos en abandonar el albergue. El Hyundai, que ayer se alineaba con los demás coches cubiertos de barro, se encuentra solo, esperando que algún desalmado llene su maletero y lo ponga a 80 por las carreteras de grava otro día más.

La cocina huele a café, nuestro desayuno es una delicia y nos hemos encontrado un paquete de salami prácticamente entero en la basura, es como una bendición caída del cielo.

Hoy llegaremos a Akureyri, la segunda ciudad más grande del país, donde pasaremos un par de días. La distancia no es mucha desde donde estamos, apenas un par de horas de camino, así que decidimos hacer todo el camino del tirón y llegar pronto para disfrutar de la ciudad. Además, en este tramo del camino no parece que haya “grandes” cosas que visitar.

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Marta conduce, aunque al poco rato se empieza a quedar dormida. Tomo el relevo y continuamos hasta Blönduós, una pequeña población con una incomprensiblemente moderna iglesia. Tanto nos llaman sus líneas que decidimos aparcar el coche, dejar a Marta totalmente dormida dentro y echar un vistazo a esta cruz enorme de hormigón que se hunde en el suelo.

No sé dónde hemos leído que a este pueblo viene Eric Clapton cada año a pescar salmón, supongo que en algún folleto de pesca de salmónidos, pero de eso no tenemos, y mira que hemos cogido papeles durante estos días. Coñeamos un rato con Clapton y su Tears in Heaven en el bar del pueblo hasta llegar a una especie de monumento en mitad de la nada, cerca de Varmahliđ. Nos hemos desviado de la carretera siguiendo a una Mercedes Vito cargada de coreanos que se han bajado de ella como delirantes hormigas, yendo y viniendo en apenas 50 metros cuadrados con sus cámaras y móviles de gran tamaño. Controlando la función, desde un rincón, hay un coche con dos enormes mujeres dentro. Llevan ahí desde que llegamos y ninguna ha movido ni un centímetro de su cuerpo en todo este tiempo.

Aquí, junto a este raro monumento, hay un letrero enorme que nos informa de los problemas de la comunidad. Aunque parezca un paraíso natural, en Islandia han aterrizado, en los últimos años, varias multinacionales dedicadas a la transformación del aluminio. ¿Y por qué? Pues una de las principales razones es la facilidad con la que el gobierno de este país facilita el asentamiento de estas empresas. Con esto se intenta conseguir que apartados núcleos de población sigan teniendo vida, una pequeña industria que evite su despoblación. Otra de las principales razones es la energía, porque sí, Islandia es una superpotencia en cuanto a la generación de energía per capita, de hecho produce más del doble de energía per capita que el segundo en la lista, Noruega. Y claro, las compañías de aluminio necesitan mucha de esa energía, tanta que necesitan convertir gran parte del territorio en un jardín de torres de alta tensión que transporten la energía de un sitio a otro. Y esta es la razón del cartel.

Joder, una de las mujeres ha bajado del coche y tiene una pinta muy, pero que muy rara. Mejor seguir nuestro camino cuanto antes.

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De aquí a Akureyri ya no pararemos más. Llegamos al centro de la ciudad a eso de las dos de la tarde. En un primer vistazo Akureyri nos gusta, es pequeña (unos 20.000 habitantes), tiene mar, montaña y mucha gente por las calles.

Lo he decidido, hoy me voy a comprar unas botas de montaña, sé que va a ser caro pero creo que me resultan necesarias aquí, no quiero llevar los pies congelados todo el día y clavarme todas las piedras habidas y por haber de los caminos. El Intersport de la entrada de la ciudad parece un buen sitio. Nunca había visto una tienda de deportes que sea ferretería al mismo tiempo, insólito. Veo unas botas que me gustan, casualmente las más baratas: 30.000 coronas, unos 192€, dios mío. Llorando aguardo en la cola para pagar. Mi tarjeta creo que está llorando también. Pi-Pi. “Son 8.900 coronas” me dice la chica rubia que me cobra. “¿Cómo?” piensa mi cabeza. Pago, miro el ticket y compruebo, esta vez con lágrimas de alegría, que me han cobrado unos 57€ en vez de los 192€. Casi un cuarto de lo que marcaba el precio, es más, creo que me han salido más baratas que si me las hubiera comprado en España. Además, podré solicitar la devolución del IVA, un chollo.

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Una vez de vuelta al centro nos damos una vuelta por el jardín botánico, un agradable sitio en el que dar un paseo, ver a los islandeses disfrutar del poco sol que tienen y, porqué no, tomarse un café en el moderno y muy cuidado café que se encuentra en él, algo que nosotros no hicimos.

En el albergue hay buen ambiente, el bar está lleno, y nos regalan unas cervezas. Nuestra habitación está en el tercer piso, las duchas en el sótano, están lejos pero nada comparado con un albergue en el que estuve una vez en Brujas; entonces tenía que bajar dos pisos, cruzar el bar, la cocina, salir del edificio, cruzar un patio, entrar en otro edificio y subir a la primera planta. Lo bueno es que eran duchas mixtas.

Nuestra habitación la compartimos con una chica japonesa, un turco y Matt, un chico de Liverpool.

  • ¿De Galicia? –nos pregunta el turco- Habís comprados mis billetes para ir a Santiago este año, en Julio, justo cuando fue lo del accidente. Pero al final no pude ir. Tengo muchas ganas de probar el Galician Style Octopus.

Pedro, Marta y yo nos miramos cómo diciendo: ¿Pero de dónde ha salido este personaje?

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