garniellastravel

Viajes & Letras


Rumbo a Grundarfjördur

Pero no, no es otro día. Apenas he podido dormir. A las dos de la mañana me he despertado temblando de frío y volver a cerrar los ojos se ha convertido en un acto infructuoso. A las seis he salido de la tienda y he podido sentir como el frío me partía en dos a cada paso que daba. Por un momento he llegado a envidiar las caravanas o furgonetas que hay aparcadas al lado de nuestra pequeña tienda de campaña azul. Al entrar en ella los lamentos han aumentado, hacía más frío dentro que fuera. En el transcurso de los últimos meses he acabado comprendiendo el interés de los nórdicos por las costas de nuestro país; el sol, el calor, la ausencia de nubes y frío es algo que se aprecia cuando sobre tu cabeza no hay más que nubes amenazantes.

Con el paso de los primeros minutos de la mañana un pensamiento parece hacerse fuerte en nuestras mentes: fuera campings, bienvenidos albergues. Bajo techo pasaremos unas noches más placenteras, de eso no hay duda; sin embargo, el presupuesto aumentará significativamente. Islandia no es un país especialmente caro, pero sí que debemos contar con unos 25€ por cama y noche de aquí en adelante.

Salimos dirección norte por la carretera 54 con la calefacción del Hyundai al máximo, el consumo extra merece la pena cuando se trata de recobrar el sentido del tacto en manos y pies. Ni siquiera hemos recorrido 10 km cuando descubrimos los primeros cráteres de viejos volcanes, inactivos desde hace cientos de miles de años; un par de pequeños montículos que se encuentran al borde mismo de la carretera. Si bien estos antiguos cráteres conforman un paisaje tranquilo no debemos olvidar que la isla es especialmente conocida por su actividad geológica con unas 130 montañas volcánicas.

IMG_2724 copia

Nos hemos equivocado de carretera desde que salimos esta mañana de Borgarnes, en vez de seguir la costa por la carretera 54 hemos continuado por la 1, hacia el interior de la isla. Hoy llegaremos a la península de Snæfellsnes, 100 km de tierra que se adentran en el mar como si fueran el dedo de cualquier pequeño duende que habita entre las rocas de este paisaje. En Hraunsnef tomamos el desvío hacia la carretera 60 con la intención de penetrar en la península desde el norte. De momento circulamos por carreteras convencionales, nada de vías de grava hasta llegar al desvío hacia el oeste, más allá de Erpsstađir, es entonces cuando la carretera deja de existir como tal para convertirse en una pista de piedras saltarinas. Subimos y bajamos montañas; los acantilados de vértigo se pueden ver a lo lejos precipitándose como suicidas hasta el océano. Las laderas de estas montañas son suaves, redondeadas, cinceladas por glaciares inmensos durante milenios, poco a poco, sin prisa, hasta alcanzar estas formas tan inspiradoras. De vez en cuando debemos sortear alguna que otra oveja que invade el camino cubierta con su matorral lanoso.

La pista 54 discurre durante unos 50 km paralela al fiordo Hvammsfjörđur. De lado dejamos Stykkishólmur, el mayor pueblo de la península, de unos 1100 habitantes, y la montaña Helgafell, tan sagrada que en los tiempos de las sagas los ancianos islandeses se acercaban a ella cuando sentían cercana la hora de su muerte.

El espíritu islandés es encomiable, su pasión por esta tierra y su libertad es digna de admiración, solo así se entiende que cada decenas de kilómetros nos encontremos con granjas en mitad de la soledad. A media tarde llegamos a Grundarfjörđur, una población pescadora típicamente islandesa situada en una bahía de extraordinaria belleza, rodeada de colinas, cascadas y una montaña que parece intimidar, con su sombra, a tan aguerridos vecinos.

Acaba de pasar el coche de Google Maps, saldremos en Street View. Los milagros de la tecnología.

Las calles de Grundarfjörđur aparecen vacías, llueve ligeramente y la brisa nos acerca la fragancia oceánica. Las casas se alinean a ambos lados de las calles. Son bajas, predominan los techos metálicos, y en los patios traseros intenta asomar una hierba verde que piensa que el verano debe estar al llegar. En uno de los cruces nos encontramos con el albergue de la ciudad, un motorista italiano acaba de reservar la última habitación que quedaba libre. El dueño del hostel nos invita a pasar para, acto seguido, recomendarnos un par de sitios donde pasar la noche, uno a las afueras del pueblo, y el segundo en el lado opuesto de la bahía. La primera recomendación resulta ser una casa particular vacía, rodeada de perros y una vieja fisgona detrás de una puerta, clásico escenario de películas de terror psicológico. Por momentos me ha recordado al último camping del viaje a Noruega, quizá las señoras arrugadas tenga algo terrorífico que no sabría explicar.

IMG_2634 copia

La oficina de información se encuentra en el centro del pueblo. Parece una guardería. Los niños y las abuelas corretean por el interior en una competición escandalosamente amañada; al fondo del local hay una barra de bar,  esto debe ser uno de esos modernos espacios polivalentes, también es el Café Emil. La chica que nos atiende, generosamente entrada en carnes, nos gestiona el alojamiento en menos de cinco minutos, hace una llamada y ya tenemos sitio donde dormir: una granja familiar al otro lado de la bahía, casualidades o no, es el mismo alojamiento que nos recomendó el dueño del hostel. La idea de que en esta isla todo el mundo se conoce empieza a tomar forma.

Justo frente a la oficina hay un puesto de perritos calientes. Tras el mostrador una chica nos mira como suplicándonos que nos acerquemos a romper su monótona jornada, nunca acabaré de entender la fijación de los islandeses con los perritos calientes.

Con el alojamiento solucionado nos vamos al Kaffi 59, el bar local donde disfrutar de unas pizzas y observar a la juventud local. Pizzas de nombre internacional y chavales de comportamientos internacionales. No es necesario moverse de cualquier bar de la esquina de nuestras casas para ver los mismos comportamientos a miles de kilómetros de distancia.

La granja donde pasaremos la noche está en la carretera 576, a cinco kilómetros de Grundarfjörđur. Desde aquí hay unas vistas espléndidas del pueblo junto a Kirkjufell, su montaña protectora. Llueve endiabladamente. Nuestro alojamiento resulta ser un pequeño negocio de familia, una coqueta casa prefabricada de madera junto a la casa familiar. La calefacción al máximo. Al poco tiempo llegan cuatro viajeros más a la cabaña, cuatro españoles que nos arreglan el paladar a golpe de queso manchego de oveja. Y así, entre conversaciones de planes en la isla y la situación financiera del reino, va acabando otro día más.

IMG_2644 copia

Más fotos en la galería y en Flickr

Deja un comentario