Día 33:
Vuelta a la realidad continental de la que nunca deberíamos haber salido. Si Noruega tiene un patio trasero ese debe ser las islas que dejamos atrás.
Nuestro vuelo aterriza a primera hora de la mañana, temprano, muy temprano. Un café aguado en el aeropuerto y a los pocos minutos ya estamos montados en el bus que nos dejará cerca de casa de Martin, donde el coche se ha quedado descansando estos días que hemos estado fuera.
- Dónde estarán mis malditas botas de montaña. Juraría que estaban por aquí metidas entre el atún y las bolsas de arroz – murmuro en un intento de hacerlas aparecer.
Poco a poco vamos siendo conscientes de que el viaje toca a su fin, en dos días estaremos metidos en un ferry de vuelta a Dinamarca, punto de inicio y retorno.
Dirigimos nuestro camino hacia la costa y, como queriendo hacer un pequeño homenaje a todos estos días, acabamos en Lillesand, el primer pueblo en el que nos detuvimos cuando llegamos a Noruega. Y, de verdad, ahora parece más bonito que cuando lo pisamos por primera vez. Ahí siguen las casas blancas, los humanos pálidos tostándose al sol y los bancos frente al mar en los que descansar un buen rato a reflexionar sobre todas estas semanas.
A un kilómetro de Lillesand hay un camping, eso al menos dice nuestra guía Camping i Norge 2013. Møglestu Gård Camping. Podría daros las coordenadas de GPS, su teléfono, y hasta el número de fax, pero no así la web o su correo electrónico, y no es porque no quiera. Quizá sea una señal. Su puntuación según Camping i Norge es la siguiente (puntuaciones sobre un máximo de 10): limpieza 3; espacio 0,8; servicios 2,8; actividades 1. Podría ser otra dramática señal y, sin embargo, existe una fuerza invisible que nos empuja como atraídos, día sí y día también, hacia esta clase de sitios. Será por placer.
Por un camino de tierra estrecho y bacheado llegamos a la parte trasera de una casa solitaria, blanca, de una sola altura. Las cortinas asoman amarillentas por un resquicio de la ventana mientras algo se agita tras ellas. En mi memoria se arremolinan todas esas escenas de películas de terror que trato de evitar cada viernes por la noche desde hace años. Pero es imposible, las conexiones mentales son así de traicioneras, cuando menos te lo esperas te sacude el cuerpo una ráfaga de pavor incomprensible:
- Esto parece una casa de la Matanza de Texas, en cualquier momento aparecerá alguien con una máscara y nos moriremos del susto. O peor, nos degollará con un disco afilado de los Rolling Stones o de los Shadows.
- ¿Qué?
- Como cantaba Siniestro Total.
- ¿Quién?
Imposible de entender para alguien extranjero. Pero no, lo que se esconde tras la ventana es una anciana, visiblemente más cerca del otro barrio que de este. Gafas de sol modelo Dallas años 70, permanente eterna y arrugas infinitas.
- Echad un vistazo a la zona de acampada y si os convence os quedáis- sugiere la anciana señora.
Si atendemos a criterios puramente técnicos, teóricamente, podría considerarse un camping si aceptamos como camping una parcela de césped (o hierba), más o menos cortado, y un baño. Con estas consideraciones creo que podría crear un camping en cualquier lugar, incluso podría crear uno portátil de quita y pon.
Y claro que nos quedamos, pero no va a ser por las magnificas instalaciones, si no por el inmejorable precio de 100 coronas noruegas, al cambio unos 12 euros. A estas alturas del viaje lo que nos ahorramos por un lado nos lo damos en caprichos por el otro y, realmente, ¿descansar es tan importante después de tantos días de viaje?
Debajo de un árbol desplegamos la tienda. No estamos solos. Allí, debajo de otro árbol enorme, hay una pareja holandesa. Frente a nosotros un alemán en camiseta de tirantes lee mientras da buena cuenta de una cerveza. También hay tres pequeñas cabinas, marcando el límite del terreno. Una de ellas, la primera, está abierta con luz dentro y, sin embargo, nada de vida parece haber dentro de ella, salvo las moscas continuamente achicharradas en la lámpara de luz fluorescente. El vacío.
A diez metros de nuestra tienda están las duchas, minimalistas, tal como se deberían llevar por los años 70, cuando calculo que han sido construidas. Cerca, muy cerca, bajo el suelo, se oye caer agua en un depósito. Algo debe tener este lugar porque la agradable anciana aparece continuamente para decir: el agua está muy buena. Más que una tranquilidad supone para mí un aliciente menos para beber de ese grifo. Si se conserva así gracias a este agua prefiero dejar transcurrir los días sin probar ni gota.
El sol se pone.
Día 34:
El sol me vuelve a despertar, como me lleva pasando todos los días que dormimos en la tienda. Sin embargo hoy era diferente, ya no me ha importado tanto. Hoy es el último día de este viaje que, por momentos, se hace interminable.
Cuando me levanto ya no queda rastro de ningún otro compañero de camping. ¿Será que no han podido dormir por el sol? ¿Quizá sea ese agua tan buena que decía la anciana? No lo sé, pero se han ido.
Hoy volveremos al punto de partida, Kristiansand, la ciudad costera que nos vio salir de un ferry, nos volverá a ver meternos en las entrañas de otro para abandonar este país.
Pasamos Kristiansand hasta llegar a Mandal, una ciudad costera un poco más al oeste siguiendo la E39. Mandal es la ciudad más meridional del país, una ciudad que destaca por ser lugar de peregrinación de domingueros veraniegos que acuden a la orilla de una espectacular playa de arena blanca… que no hemos visto. Por dios, soy de costa, he crecido en una playa, no he venido a Noruega a ver playitas. Aunque dicho sea de paso, en este país he encontrado una de las mejores que he visto en mi vida (Lofoten).
Este pueblo tiene algo. Subiendo por la cuesta que sale del centro del casco antiguo se llega a una pequeña colina. Desde aquí se percibe la calma del lugar que queda bajo mis pies. Pero no es eso lo que más me llama la atención. Aquí, en lo alto, se encuentra un bello monumento neoclásico. Una iglesia de madera de principios del siglo XIX, la iglesia de madera más grande del país, rodeada por un tranquilo cementerio en el que descansar y observar a la gente que llega para dar una vuelta o dar de comer a las palomas. Pero hay algo más en Mandal, su atmósfera. La misma que pudo vivir Gustav Vigeland, que nació y creció en estas mismas calles.
Kristiansand se extiende a orillas del mar, puerta de entrada de ferrys, coches y personas ávidas de descubrir este país, o de salida hacia tierras más calurosas en el sur, si eres noruego. Kristiansand, como todo puerto, vive una pequeña efervescencia cultural y vital que se puede saborear en los múltiples bares, teatros y salas de conciertos, lógico siendo la séptima ciudad más grande de Noruega. Aunque si se busca un poco más allá, se descubre un barrio lleno de historia y una fortaleza que, dicen, nunca ha sido conquistada. Posebyen es el casco antiguo de la ciudad, una cuadratura perfecta de casas blancas de madera distribuidas en 16 manzanas, llamada así en honor a los soldados franceses que vinieron a esta ciudad a reposer, esto es, a descansar. Qué sabios.
Y así, dándonos el último capricho en forma de hamburguesa de dos pisos, acaba este periplo por tierras noruegas. Hora de aparcar el coche bajo una farola, reclinar el asiento y dormir a hasta la hora de embarcar. El viaje se ha terminado.
ya…. y ahora ¿qué?
Dentro de poco comenzaré un nuevo relato sobre un nuevo viaje. Para que tengas noticias de cuando publique cada entrada busca en la columna de la derecha y sigue este blog. Y si quieres saber dónde voy parando cuando estoy de viaje sigue el twitter, que también encontrarás a la derecha, es muy fácil.





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